Escribe: Begoña Ibarra
Quería el divorcio ¡después de 25 años! Eliana no podía admitir que él se había enamorado de otra.
M ha dicho que está enamorado de otra. Que la quiere. Que quiere casarse con ella. Así de un plumazo me termina, me tacha de su vida. ¡Con qué frialdad me ha hablado! Eliana, me dijo, tienes que darte cuenta, tienes que reconocer que ya hace tiempo que esto entre nosotros no camina… ¡esto! ¡Imagínate llamar “esto” a un matrimonio de veinticinco años! Tú no puedes engañarte, Eliana, me siguió diciendo con ese tono pausado que me saca de quicio, las cosas entre nosotros han ido yendo de mal en peor, reconócelo Eliana, tú tampoco estás contenta con nuestro matrimonio… El nudo que tenía en el pecho se me fue volviendo una cólera terrible… te juro que veía rojo… le grité “pero bien que te acostabas conmigo mientras estabas encamándote con esa tal por cual”… ¡Eliana por Dios! y púm… portazo y se fue.
Al día siguiente regresó y se encerró con Bobby y Gustavo. Después -me dijo la muchacha porque yo me quedé en el cuarto que era de Rosi- se fue con un maletín lleno. El sábado, a los quince días regresó. Yo sé que se había visto con los chicos y con Rosi porque ellos me lo dijeron. Pero todos esos días yo estaba segura que iba a volver… estaba segura que era una de esas cosas nomás… cabeza caliente, como quien dice… te juro que estaba dispuesta a perdonarlo y olvidar todo… borrón y cuenta nueva. Pero lo que me dijo fue que quería el divorcio… me puse fuera de mí… le grité su vida… que después de veinticinco años de usarme me quería dejar como a trapo sucio y darle mi nombre… ¡mi nombre!… a esa cualquiera… que eso jamás lo iba a permitir… que si era tan arrastrada como para meterse con un hombre casado pues que siguiera viviendo como una arrastrada, que señora de S. no sería nunca… Mira Eliana, me dijo Jorge, yo con Marita —porque se llama Marita la desgraciada— voy a vivir de todas maneras, con divorcio o sin él. Si te pido el divorcio es también por ti, porque tú puedes empezar otra vida, quizás con otra persona que te comprenda mejor que yo, con quien compartas gustos, intereses. ¡Ah! le dije, ¿así es que nosotros no compartimos gustos ni intereses?, ¿y sabes lo que me contestó este sinvergüenza? Que no, que no compartíamos intereses ni nada, que ya no tenemos ni de qué hablar. Así como lo oyes. Veinticinco años de casados y dos de enamorados y no tenemos de qué hablar. ¿Y quién tiene la culpa de eso? ¿Quién tiene la culpa que yo me haya salido de la universidad? ¿Quién tiene la culpa de que me haya convertido en una matrona, ama de casa, que no tiene nada interesante de qué hablar? Claro, es muy fácil ser entretenida cuando no tienes que ocuparte de la plaza y los calzoncillos y la hija que sale embarazada y tiene que casarse en los apuretes y que si el muchacho y la marihuana…
En las mañanas me despierto y cierro los ojos rápido para no ver el sitio de Jorge vacío… para no imaginármelo con la otra… ¿Qué voy a hacer? ¿Qué voy a hacer por Dios santo?…. Rosi vino y me dijo “mamá tienes que levantar cabeza, la vida no se ha terminado, acepta la realidad, lo de ustedes ya era pura costumbre, tienes tus amigas, sal con ellas, anda al cine, al teatro, por Dios, sal de la concha en que estás metida, deja de sentir lástima de ti misma, hay millones de mujeres divorciadas”. Pero no es así, no es así. ¿Qué sabe ella lo que yo siento? ¿Cómo va a saberlo si sólo tiene veinticuatro años? ¿Cómo va a saber lo que piensa y siente una mujer de 45 años a quien su vida se le ha terminado de un porrazo, a quien todo se le ha derrumbado? Porque veinticinco años de ser la esposa de Jorge no se terminan así nomás.
Durante esos veinticinco años lo único que he hecho, en lo único que he pensado, es en ser esposa, madre y ama de casa. ¿Qué diablos hago ahora? Madre, supongo que eso uno lo sigue siendo toda la vida, pero tampoco siento que mis hijos me necesitan ya. Rosi tiene su marido, su hijo, su universidad, su vida, en fin. Bobby y Gustavo con las justas llegan a dormir… cualquier día de estos se casan y se van… ¿Y yo qué? Me miro al espejo y veo mis cuarenticinco años mirándome…las canas, las patas de gallo, la cara un poco bolsuda ya… pronto estaré menopáusica… y ni siquiera he mirado a otro hombre en mi vida…
Y ahora me pide el divorcio… dejar de ser su mujer… no me digas que ya no lo soy… no me lo digas… porque soy yo la que llevo el nombre… ¿Cómo que cuál nombre?… S. por supuesto. Y mientras yo lo lleve seré yo su mujer… Yo seré la señora de S. Para ti es fácil decirme que no sea absurda… Pero si yo toda mi vida he sido Eliana de S… No tengo otro nombre… Mi nombre de soltera, con las justas yo lo recuerdo… ¿quién va a saber quién soy si me presento como Eliana O.? No puedo darle el divorcio… no me hables de dignidad… no me hables de guardar mi lugar… éste es mi lugar y éste es mi nombre: Señora de S. ¿Cuál otro si no? ¿No te das cuenta de que Eliana O. no es nadie? Nadie.
Testimonio recogido por esta periodista de Eliana O. de S.,
una mujer como hay muchas. Una mujer común y corriente.