Magda Portal
Aun cuando parezca todavía un tanto apresurado formular un balance sobre los resultados del proceso electoral del 14 de Abril, en lo que concierne a la mujer, siempre nos quedaría la duda en lo que concierne a sus aciertos o sus fracasos para alcanzar los lugares de opción preferentes en los escaños por los que, en última instancia, se han batido muchas mujeres para alcanzarlos por primera o segunda vez.
Si evaluamos, sin mezquinarlas, la labor cumplida durante el quinquenio que estamos terminando, debemos admitir que muy pocos nombres de mujer han salido a relucir, demostrando una gran pobreza en sus ambiciones de servicio o de presencia. La mayor parte de las mismas, -me refiero a las que fueron elegidas-, parecía como que se dejaran aconsejar o someter a consignas masculinas o partidarias, y las más, guardaban un prudente silencio. Y en las relaciones de Abril, donde la mujer ha jugado un rol preponderante en cuanto a presencia, en el acto electoral es lamentable que a la hora del reparto, casi, casi brillen por su ausencia. En cierto modo, es obvio que así fuera si tenemos en cuenta que los hombres pujaran por acomodarse a como diera lugar, produciéndose aquellas vergonzosas “trafas”, que han distorsionado las elecciones como quizá no ha sucedido jamás.
De ninguna manera creo que las mujeres se hayan mezclado en ese pandemoniun o si lo hicieron, serán las menos, pero al hacer el recuento de sus adquisiciones, advertiremos que una vez más las mujeres han quedado muy lejos de responder a la gran mayoría de votantes que se acercaron a las ánforas. Y esto seguirá demostrando o que les han birlado sus votos o que la “trafa” las serruchó de un plumazo.
Ahora bien, si entramos al balance de la mujer en el Congreso nos cercioraremos de que poco, pero muy poco, han hecho las mujeres durante su mandato por las otras mujeres, sus congéneres que como jamás, han sufrido muchas pruebas dolorosas de abandono, de desprecio, de absoluto olvido. Sólo por el hecho de ser mujeres, merecieron que las pocas que fueron representantes, les hubieran dado la mano, la mano de solidaridad, de esperanza que aun cuando fuera poco, siempre comprendería un estímulo. Muchas mujeres han sido brutalmente maltratadas, y muchas sólo por sospechas de los custodios del orden, y que yo sepa, tal vez me equivoque, nunca supe de algún grupo de mujeres o una sola mujer que se interesara por la suerte de los cientos de presas, tildadas de terroristas, muchas inocentes que hayan merecido el interés y la solidaridad de las representantes al Congreso. Aquellas mujeres del proceso Uchuraccay a las que se atropelló en las formas más crueles -¡cuántas ya estarán muertas!- merecieron acaso que una o más mujeres del Congreso investigaran de su suerte, aunque sólo fuera por exhibicionismo para que se dijera, “sí, las mujeres del Congreso lucharon a favor de las mujeres perseguidas”.
Y es que la mujer aún no ha comprendido en toda su trascendencia el significado de la solidaridad humana para tender la mano a quien la necesita.
Ahí está esa pobre víctima de la sociedad de clases, Maritza Rodríguez, a quien se mantiene en la cárcel después que se ha probado su inocencia, pero a la que le acumulan otros delitos a gusto de la policía que no quiere verla libre… Sí, es posible que haya mujeres que se dolieron del mal ajeno, pero que por ser tan pocas, nadie les dio importancia. Ni qué hablar de izquierdas o de derechas; a ojos vistas las pocas representantes procedieron por sí mismas, olvidando su obligación de defender los derechos de la mujer, cual era su función elemental y prioritaria.