Escribe: Begoña Ibarra
¿Qué significa sentarse delante de unas teclas y plasmar los sentimientos, los pensamientos, las actitudes propias y ajenas, y tener la certeza que de alguna manera -feliz o desgraciadamente casi siempre importante- otra persona será marcada por nuestros humores y preferencias? ¿Qué es lo que sucede dentro de una cuando, usando su capacidad de escribir como instrumento de trabajo, termina el artículo encargado y se va a su casa, sabiendo que lo que ha escrito es mentira. Sabiendo que no piensa así pero que no la han contratado para pensar. Sintiendo las ganas de romper las cuartillas y largarse, pero engrilletada por las quincenas y el melodramático, pero siempre real, “pan de sus hijos”? ¿Qué indescriptible sensación puede llenar al que relee ya impresa (la hora de la verdad) la información veraz, la opinión valiente, el reportaje humano, redondo? Ser periodista en cualquier parte del mundo es riesgoso. En el Perú, donde ser peruano ya es temerario, ser periodista es simplemente locura. Porque tenemos que estar locos para seguir aguantando tanto golpe y maltrato. Tanta vejación. Tanta indiferencia. Y tanta crueldad. ¿O será cierto aquello de “se sufre pero se goza”? Porque de gozar, gozamos. Nos gusta estar entre nosotros. Con el “gremio”, ese entre comillas, que es vida, ilusión, compañerismo, tragos y risas.
Y de sufrir, sufrimos. Quebrantos y frustraciones. Y últimamente muchísimo dolor. Y vejaciones como cuando nuestros nombres negrearon las listas de algún gobierno, y para ganar unos soles había que escribir con seudónimo y cobrar con testaferro. ¡Y vergüenza! Cuanta vergüenza, no ajena, sino en carne propia, se siente cuando el Día del Periodista nuestras más altas dirigencias aceptan agasajos e invitan a los propios a aquellos que todos sabemos estuvieron detrás -y ¿por qué no en medio?- de los asesinos de Uchuraccay.
La Carta de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas nos asegura que no podremos ser molestados por nuestras opiniones, y que, al tener derecho a la libertad de expresión, lo tenemos por ende sobre la libertad de buscar, recibir y difundir informaciones e ideas de toda índole. Añade la UNESCO que los periodistas debemos tener la libertad de informar y las mayores facilidades posibles de acceso a la información. Para que esto sea posible, la diversidad de las fuentes y de los medios de información de los que se disponga, permitirán a las personas verificar la exactitud de los hechos y fundar objetivamente su opinión sobre los acontecimientos.
¿Podemos decir, con una mano en el pecho, que gozamos de esas libertades y de esos derechos? Si es así, vayamos entonces a Ayacucho, no ya en misión suicida, sino a investigar los muertos diarios y a materializar a los desaparecidos. ¿Nuestros “medios de comunicación responden a las preocupaciones de los pueblos y de los individuos y favorecen así la participación del público en la elaboración de la información”? Esas son palabras de la UNESCO y no mías, pero que acuarelan esa experiencia inédita y valiosa -la socialización de la prensa- que subdividió al gremio (pues dividido siempre estuvo y no exactamente por intereses gremiales) pero que, de nuevo con esa mano en el pecho, tenemos, colegas, por lo menos que reconocer que por primera vez los de ojotas hablaron en letras de imprenta… y se les escuchó.
Dice la declaración de la UNESCO, que es indispensable que los periodistas disfrutemos de un Estatuto que nos garantice las mejores condiciones para ejercer nuestra profesión. Trabajamos seis días a la semana, nuestras reivindicaciones ganadas a pulso se la llevó el viento hechas pica-pica, las empresas -salvo honrosas excepciones- pagan sueldos mezquinos, y ni mencionemos la estabilidad laboral… con una patada en salva sea la parte se quitan de encima al molestoso. ¡Qué tales condiciones para ejercer la profesión!
El 26 de Enero de este año cambiaron nuestras vidas y fuimos marcados para siempre. Hagamos del próximo 26 de Enero nuestro verdadero Día del Periodista. Y que ese día, el espíritu y la sangre de nuestros hermanos asesinados, justamente por buscar la verdad y querer divulgarla; por promover los derechos humanos, luchar contra la discriminación y querer hacer oír la voz de los pueblos oprimidos, nos encuentren —gremio fuerte, sólido y unido— dispuestos a nunca más permitir que nadie nos humille ni nos maltrate. Ni nos masacre. Nuestras responsabilidades y deberes son grandes. Que nuestros derechos y nuestra dignidad también lo sean.
La Tortuga reaparece con ese espíritu. Somos mujeres y somos periodistas y asumimos plenamente esta doble responsabilidad. Estamos en contra de todo lo nefasto de nuestra civilización: la discriminación, el racismo y el apartheid, los comerciantes de la guerra y la ocupación extranjera. Y contra los vende—patria. Estamos en contra de los que en nombre de esperanzas y creencias superiores, oprimen, abusan y matan. Estamos a favor de la Justicia y de la Paz, del hombre sin hambre y del niño sin tuberculosis. De la mujer que sabiéndose y sintiéndose ser humano podrá dormir tranquila con la seguridad de un futuro mejor. Creemos en un periodismo sin manipulación que trate tanto a sus personajes y a sus lectores como lo que son: seres humanos, con todos sus derechos.