Como a porquería

Begoña Ibarra

Foto: Armida Testino

 

Niños que se escapan de su casa, niños que viven y duermen en la calle, lugar donde muchos de ellos se sienten mejor. Begoña recoge el testimonio de los que viven en el Parque Central de Miraflores.

 

A los siete años me escape de mi casa. Mi papá y mi mamá se peleaban todo el día… puro grito, insulto todo el día. Despues me daban de alma… por las puras. De Pamplona Alta me vine a Miraflores y aquí en el parque empecé a trabajar. Cuidar carros es papayita y los gringos me te­nían pena y me daban más que a los otros. Dormía ahí en el parque con los otros patas. Ahí uno se echa nomás… no, sólo no, enroscado con los otros… así pues… por ejemplo yo me echo así medio dobladito y el otro se le echa igualito a él… así pues co­mo una redondela… menos frío… las ratas al principio molestan pe­ro uno se acostumbra. Ahí veía como los pitucos y los gringos ve­nían a fumar, a volar. Sí, sí he probado marihuana y pasta… los pitucos convidan, sino ¿de dón­de? eso es muy caro… claro que ellos lo compran por paquetes, hasta en costalillo. Nosotros sólo con terokal… pregúntele a ese… se llama Niño… tiene diez años.

Pasó su santo adentro… una bati­da. No tiene casa, duerme en el parque. Dice que cuando sea grande quiere ser Perochena… ahorita me dice soplón. Toditos los días se compra su frasco. Lo llama su cevichito… A veces se juntan siete, ocho y se compran un galón… entonces se van a la Huaca Juliana y se lo fuman… no, no se huele, se fuma, por la boca. Se mete en una bolsa y en­tonces se sopla, se infla y enton­ces se fuma por diez minutos. Le dura a uno media hora la vacila­da… pero a veces angustia mu­cho… nunca da risa… ahí uno se concentra y ve los barcos de la playa aquí cerquita, en sus nari­ces de uno… o al diablo que trin­cha a alguien y se llena de san­gre… a veces te ves destrozado con todas tus tripas afuera y gri­tas, gritas y después cuando se te pasa estás enterito… o sino desin­flas las llantas de toditos los ca­rros… a veces desvistes mujeres, calatas las dejas. Pero lo malo es que cada día quieres más… pri­mero así, con dos dedos suficien­te, pero después más y más… Es malo… le hace huecos en los pul­mones… uno muere escupiendo sangre.

Yo ya no le entro pero aquí hay varios que diario le meten al terokal… son los que viven en el parque… esos timba y terokal… timba y terokal. Ese, Julio se lla­ma, tiene ocho años… se escapó de su casa hace un año y de ahí se lo llevaron al Hogar… el de Menores, pues… se volvió a esca­par y dormía aquí en el parque… lloraba por su mamá, entonces le metía al terokal, pero a veces se angustiaba feo… ahora ya no duerme aquí, me lo estoy llevan­do a mi casa. Él va a escondidas a su casa, manda llamar a sus her­manos y les da plata, les lleva co­mida… los extraña de alma… quiere regresar pero tiene miedo… de su papá… de los dos.

Aquí la mayoría se ha escapa­do de su casa y después del Ho­gar o del Albergue… el Albergue es para mayores de doce años… esos son unos malditos… les amarran los pies con alambres… Ese zambito, Jorge, se ha escapa­do dos veces del Albergue… tie­ne catorce años… la última vez regresó con los pies como papas rellenas… le habían roto tres pa­los de escoba en cada pie. Pero aquí los policías de la veintiava ya lo conocen que es buena gente… ya no se meten con él. El Hogar es mejor. ¿No ve que es cuidado por femeninas? Las mujeres tie­nen más sentimiento. De ahí es más fácil escaparse porque los muros son bajos, pero lo malo es que en la noche a uno le escon­den todita la ropa y hay que escaparse envuelto en la sábana… de ahí se baja a la playa y se roba ropa… y se viene uno pal par­que…

Pero el caso más triste, el más triste es el del Trujillanito… diez años tendrá. Se lo trajeron para el Hogar y se escapó… para todo el día sentado como soñando… no quiere ni comer… uno le dice oye vamos a comer y él no, me quiero morir… sólo quiere regre­sar a Trujillo, a su casa… dice que se va a morir, a morir… y por mi madre que yo creo que se va a morir…

Ahora tengo catorce años. Me regresé a mi casa… como llevo plata ya nadie me suena… pero mucho se pelean… aquí me gusta más, es más alegre. Voy al cole­gio en la mañana y en la tarde me vengo para acá hasta las diez de la noche… uno saca sus ochenta libras diarias… sábado y domin­go dos mil, tres mil soles. Yo quiero ser ingeniero agricultor… para que vean que soy igual que ellos… que ellos, pues, los pitucazos que salen del cine y nos mi­ran como porquerías… ellos que son pura coca y mafia… mucha­chos y chiquillas así de mi edad que me miran feo por dios, feo, como a porquería… y se van y se sientan en su mesa y comen así, despacito, mirando así de cos­tado, como con cacha… con ca­cha… y mastican y miran… con cacha… y se suben a su carrazo y dicen oye cuidado, arrímate, como si uno fuera una porque­ría… como si uno no fuera igual que ellos… ¿y acaso no soy igual que ellos?… ¿ah diga?… ¿acaso no soy igual que ellos?…

 

Testimonio recogido por esta periodista;

de Manuel, catorce años, cuidador de autos

 del Par­que Central de Miraflores.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *